Mucho me temo que buena parte de los argentinos aún no ha comprendido la magnitud y el alcance de imágenes tan nefastas como las captadas por la televisión y los medios aquellos dos días de máxima tensión en Plaza de Mayo y en el interior del país. No hemos tomado conciencia, quiero decir, de la facilidad con que perdemos algo si lo descuidamos. Lo que pasó tras el ocaso de la Alianza, con más de 30 muertos en su haber, no debería repetirse jamás. No estoy muy seguro, y ni siquiera aspiro a estarlo, pero lo que hoy transmiten los cortes de los ex empleados de Kraft y también el estudiantado copando colegios y universidades públicas son, aunque les cueste asimilarlo, aires de un particular parecido.
Permítanme recordarles lo que diarios, revistas y otros medios audiovisuales recogían por esos días era puro desconcierto, como el diario Página 12 en 19 de diciembre de 2001: "La madrugada empezó con saqueos en supermercados medianos y pequeños en todo el país, sobre todo en busca de comida. Por primera vez los saqueos llegaron a la Capital Federal. De la Rúa fue insultado y su auto golpeado, mientras la Cámara de Diputados desconocía sus superpoderes. A la noche el presidente anunció el estado de sitio sin restricciones". Por supuesto que la debacle total se suscitó pasada la madrugada de ese mismo día con la renuncia indeclinable de Domingo Cavallo al frente de Economía.
El gobierno de Cristina Fernández, al menos en lo que va de su mandato, ha demostrado una serie de fracasos unánimes en el combate contra la pobreza y la desocupación estructurales. Además, muestra cuán fragil es esa relación gestión-sindicatos que tanto ha servido a otras administraciones justicialistas, y qué decir acaso de la relación que el padre de este partido tuvo en su momento. Es muy común que trascienda con la misma fuerza el nombre del presidente o de los encargados de administrar el Estado y el de los principales líderes sindicales. Esa potencia con la que han dotado a los gremialistas guarda una estrechísima relación con la forma en que el propio Perón construyó el poder (que ostentó y perdió casi con la vida misma). Hay muchas cosas que me incomodan del pasado, presente y futuro del Partido Justicialista.
Entre ellas está ese eterno miedo a que los gobernantes utilicen para su propio beneficio el poder de los sindicatos. Ahora, seamos francos. El control de centrales de trabajadores supone un gasto mayor, pero esa asociación medianamente lícita entre los sindicatos y el peronismo es una asociación que ha costado muchísimo (si de preservar el tono democrático hablamos). Me tranquiliza, por otro lado, saber que ese poder que el sindicato ostenta es libre de hacer lo que quiera, no se siente atado más que por el dinero al poder político. Lo que a esta altura se estarán preguntando es por qué si con dinero se puede "hacer uso" de la fuerza sindical, no lo ha hecho la oposición al peronismo. Por un sinfín de cuestiones, entre ellas la más importante creo, tiene que ver con que únicamente el justicialismo está moralmente construído e instruído para convocar titanes bajo el ala de su poder. La historia nos demuestra que, cuando un justicialista ocupa un alto cargo en la Nación, necesita cubrir baches de gestión acallando las voces más críticas con la terapia del bombo.
Abel Posse en "La santa locura de los argentinos" lo dice muy claramente y sin tapujos a la hora de analizar esta terapia: "El bombo fue ganando espacios insospechados y hasta amenaza volverse endémico [...] Dejó de ser el gordo divertido e inocentón de la farra y pasó a ser no un medio para festejar sino más bien el instrumento para acallar a otros. Es el instrumento del antidiálogo". Ya vemos pues cuán fuerte ha incrementado la incidencia de semejante instrumento en las marchas de índole social. Llamémosle Kraft, estudiantes universitarios y secundarios, o grupos de la extrema izquierda que se benefician con el caos. De la forma que Uds. lo quieran. Cuando el bombo gana adeptos, cuando el reclamo a viva voz supera a la institucionalidad, es muy difícil sortearlo. Y en el mundo de la política, ese impacto social es un pacto social perfectamente pergeñado desde lo más profundo de la estructura política.
La principal pata de resistencia de gobiernos que hacen uso y desuso de sus poderes incontroladamente, son los sindicatos. El "movimiento", como se refieriera en su libro "El corralito populista" el periodista Marcelo Acuña. Instruído él en toda la cuestión peronista, un estudioso de aquel fenómeno que acogió personalidades de la política que oscilaban en cuanto a visiones de la Argentina. Porque así como Perón gobernó el país, también lo hizo Menem por diez años y Néstor por cuatro (+cuatro en las sombras): Tres personalidades importantes ellas, diferentes como manzanas y peras. ¿Qué punto de unión encuentran Carlos Saúl, Néstor Carlos y Juan Domingo, qué conexiones hay entre estos tres especímenes? El sindicalismo, el discurso de combate contra la pobreza, la justicia social, y toda la parafernalia y la fiesta que cada anuncio significa.
Estamos a martes 6 de octubre de 2009. Primavera. Argentina. ¿No será tiempo de seguir adelante? ¿Qué sentido tendría continuar con el flagelo de compararlos? ¿No hemos avanzado ni un poco acaso? No vamos a volver a caer en esta situación. Propongo que desde el día de hoy en adelante sepamos separar bien los términos. Porque soy argentino y no quiero más violencia en Argentina ni en el mundo me propongo tolerar, estar a la espera de soluciones, eso sí, bien alerta. No vaya a ser que la imagen que tanto teme Néstor Kirchner, esa mezcla difusa entre pobres y desocupados, gane lugar en las calles para demostrar una vez más las miserias de este "país en serio". No basta sólo con decirlo Cristina, hay que apoyarlo con ideas y movimientos nuevos. No con políticas que fácilmente pudieran remitirnos a tiempos pasados. Lo pasado, pisado. Miremos para adelante.
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